No es ningún misterio que existen sesgos y discriminación en torno al género femenino, que condicionan sus oportunidades en diferentes escenarios. Al avanzar en su formación y carrera, las mujeres van desapareciendo progresivamente de los espacios de poder, de liderazgo y en la toma de decisiones donde, por supuesto, el mundo de la investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento (I+D+i+e) no es una excepción.
Existen razones externas que afectan la carrera laboral de las mujeres en este ámbito, que se evidencian en la evaluación de los proyectos de investigación, que pudieron apreciarse en el estudio “Evaluación de Brechas de Género en la Trayectoria de Investigación” publicado la semana pasada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (CTCI). El documento muestra que, a igualdad de experiencia, grado de formación académica, nivel y evolución de productividad científica; una “investigadora promedio” que postula por primera vez a un subsidio del FONDECYT, recibe menos puntaje que sus colegas hombres.
A nivel familiar, la falta de corresponsabilidad en los roles y labores domésticas, y otros factores acentúan aún más la brecha, como es el caso del síndrome del impostor, que afecta principalmente a las mujeres y se asocia a una incapacidad de percibir el éxito propio y a una sensación de falsedad frente al resto, impidiendo que algunas mujeres tomen riesgos por miedo al fracaso, sentimientos de inseguridad e incompetencia.
Lo anterior, influye directamente en la deserción que se observa en las investigadoras a medida que transcurre su carrera, ya que el progreso de estas está asociado al cumplimiento de hitos, número de publicaciones y proyectos adjudicados, provocando que sólo el 10% de los 50 autores nacionales con mayor producción científica en los campos de ingeniería y tecnología en Chile correspondan a mujeres. A su vez, una investigadora que cuenta con la misma experiencia, formación y productividad científica, percibe un salario entre un 8% y 11% menor al de un hombre, siendo esta diferencia aún mayor en aquellas del área STEM (16%). Cabe destacar que sólo un 23% de esta brecha es justificada por factores objetivos, que capturan la calidad de la investigadora, el 77% restante se explica por disparidades en la valoración de estas características, que devienen en la discriminación por género.
Además de los 35 años que la pandemia del COVID-19 nos sumó a los 100 ya existentes como plazo para superar la brecha de género, este hito en la historia mundial nos dejó una enseñanza a nivel país, mostrando que es necesario contar con I+D nacional, no sólo para tener mejores indicadores de publicaciones y patentes, sino también para generar conocimiento que permita enfrentar los diferentes desafíos globales que se presenten. Las consecuencias generadas por la desigualdad de género y la pérdida de talento que ella conlleva impactan en la sustentabilidad y productividad del país, porque más allá de ser la mitad de la población -y del talento-, está demostrado que la incorporación de mujeres en los equipos de trabajo aumenta la creatividad y los procesos de innovación.
En Chile, el Ministerio de CTCI ha sido pionero en poner sobre la mesa estos temas a través de su política de igualdad de género y, asimismo, a través del Observatorio del Sistema Nacional de CTIC ha publicado múltiples estudios y encuestas relacionadas con indicadores de género, entre otros. A ello, se suman iniciativas como los proyectos InES Género, que actualmente se están ejecutando en 13 instituciones de educación superior a nivel nacional y que buscan promover la participación equitativa de hombres y mujeres en el ecosistema CTCI.
No podemos quedarnos sentados esperando que transcurran los 135 años que nos quedan para cerrar la brecha, ésta sigue siendo una deuda pendiente con las mujeres y es necesario tomar acciones concretas por parte de todos los actores del ecosistema.
Abrir espacios para discutir este tipo de problemáticas y las posibles soluciones que las instituciones pueden brindar entre colegas, facilitar talleres para el desarrollo de capacidades y poner foco en las nuevas generaciones de estudiantes e investigadoras es clave para abordar los desafíos que implica hacer investigación de calidad en Chile, desde la perspectiva de una mujer.